El por qué de la obra

En un principio, una joya no era sólo un adorno o un complemento.

No hablaba únicamente del estatus social o del poder adquisitivo de la persona que la portaba.

La joya surgió como una prolongación de la personalidad de aquél que la llevaba. La mujer que portaba el diente de leche de su hijo, una pluma o una flor. Lo que aquel objeto representaba era su amor hacia los suyos y su comunión con la naturaleza. La garra de león al cuello de un cazador representaba su valor, su visión ante la vida y la forma de enfrentarse a las dificultades. Ese diente, pluma, flor, garra, eran un tótem, una representación de su yo más profundo, de su alma.

Con esta obra, como autor quiero recuperar aquel espíritu primigenio. Estas piezas hablan del amor hacia lo bello, de la singularidad del yo, de la sensualidad y la elegancia de lo natural. Todo ello a través del filtro de mi particular visión como artista.

La fuente de inspiración es todo aquello que nos envuelve. Presto especial interés por los motivos vegetales y el cabello, pero en ellas se entremezclan multitud de elementos que convierten ésta en un colash de distintas experiencias y sentimientos.

Las piezas están pensadas para realzar ciertos rasgos especialmente bellos de la mujer, como es la atención hacia la mirada y el cuello.

Son ligeras para que su porte sea natural y están diseñadas para que se integren con su fisonomía. Así, la pieza y la persona son una misma, como una escultura que en diversas piezas forma un todo. Sus líneas redondeadas y suaves están pensadas para despertar el amor hacia el objeto portado.

Las doto de vida a través del juego de luces que se consigue al bañar la piedra de color el metal. Esta zona de efecto se encuentra encerrada y protegida para que no sufra el paso del tiempo y su esencia permanezca intacta.

Representa el ser inmutable que se deja entrever.